La arquitectura del Museo de Bellas Artes de Bilbao se caracteriza por su condición heterogénea, como suma de los diferentes edificios que lo componen. Aunque a primera vista parece difícil otorgar categoría de protagonista de un proyecto a su condición aditiva, una lectura atenta a su evolución en el tiempo confirma que es precisamente ahí donde radica su identidad. El museo proyectado en 1945 por Fernando Urrutia y Gonzalo Cárdenas, de inspiración clasicista, se basa en una doble crujía de salas expositivas concatenadas con fachadas de fábrica de ladrillo.
Significativamente, la ampliación de 1970 de Alvaro Líbano y Ricardo Beascoa adoptó un esquema en L similar en planta, basado en tipologías museísticas de espacios flexibles, con el empleo predominante del acero y el aluminio. La intervención del año 2001 de Luis Ma Uriarte alteró parcialmente la condición especular previa añadiendo elementos de conexión y de ampliación a los edificios existentes. Contemplado este proceso en su conjunto, las distintas partes cobran sentido inesperadamente y se refuerzan entre sí como reflejo en un imaginario juego de espejos: dos plantas en forma de L de casi igual dimensión, dispuestas simétricamente con orientación opuesta conforman a su vez dos plazas públicas abiertas complementarias y equivalentes -Plaza de Eduardo Chillida y Jardines Berge Salcedo-, Esta doble condición -BIKOITZ- inspira e informa el modo en que nuestro proyecto se integra en el conjunto. Nuestra ampliación se adapta e incorpora con naturalidad a este proceso, como una nueva pieza que se añade a la heterogénea suma de intervenciones. Un volumen cúbico se eleva sobre el terreno ocupando el espacio vacío entre los dos edificios. Un único material -el hormigón- unifica la actuación en contraste con los edificios ya existentes.
Como si de un vaciado escultórico se tratase, una secuencia de espacios escalonados lo atraviesa diagonalmente estableciendo un contrapunto al eje longitudinal de circulación en planta baja. Casi toda la nueva construcción se concentra en el espacio vacante entre los dos edificios existentes, lo que simplifica notablemente la ejecución de las obras posibilitando el funcionamiento parcial del museo. Esta operación permite liberar un amplio vestíbulo que conecta las tres posibles entradas al museo. La antigua entrada principal en desuso recobra su presencia visual y simbólica en tres distintos niveles: el nuevo acceso público inferior a través de una plaza descendente; la portada original de 1945 en la planta baja y el vacío de la terraza elevada superior que señala el eje longitudinal del museo. Desde la Plaza de Euskadi, (que sugerimos modificar en su trazado para ensanchar el espacio abierto frente al museo), una amplia rampa escalonada desciende suavemente al nivel inferior configurando un espacio público ligeramente inclinado.
La secuencia de vacíos verticales sirve como referencia espacial a los visitantes y culmina en una terraza superior de uso público, donde pueden tener lugar eventos, o instalaciones al aire libre. Las nuevas salas de exposición aportan una tercera variante respecto a las salas contenidas de 1945 y los extensos espacios neutros de 1970. Al estar comunicadas en distintos niveles con ambos edificios, la ubicación definitiva de las colecciones permanentes y temporales será flexible, puesto que las salas cuentan con una similar altura libre de al menos 5m. El volumen exterior de hormigón con pigmentos negros y textura irregular establece un contraste con los luminosos espacios interiores de hormigón blanco. La nueva ampliación constituirá una referencia visual en su entorno, insertada en el collage de edificios previamente existentes. Contribuirá a reforzar la idea de que la identidad urbana del Museo de Bellas Artes de Bilbao radica en la suma de sus distintas arquitecturas, del mismo modo que su carácter como institución museística responde también en la diversidad de las obras de arte que forman su colección.
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