Telegrama, no tuit
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Se suele achacar la necesidad patológica de notoriedad a un trauma, un instante preciso en el pasado en que se produjo un déficit de atención, que obliga al afectado a buscar la admiración ajena siempre, en la creencia errónea de que así sus carencias serán superadas. Sin embargo, puede darse el caso opuesto. Haber llevado una existencia completa y haber sido objeto de admiración en algún momento y, como una droga, buscarla ya siempre, en cualquier circunstancia, en cualquier escenario, en cualquier ocasión.
Frente a los que proclaman que necesitamos más ética y menos estética, yo últimamente me encuentro con cierta frecuencia con artistas, normalmente orientales o de influencia oriental, la fuerza de cuya obra reside precisamente en su apariencia, en la que suele combinarse un cierto minimalismo, con una tendencia a la cotidianidad y ocasionales toques coloristas. Mientras que su discurso que podríamos tildar de new age, con su mezcla de afán de superación y buenas intenciones, poco interés tiene.
Tras la caída de un estado totalitario son muchos los que afirman haber luchado contra él. Mientras permanece activo sólo unos pocos pueden hacerlo, justo aquellos cuyas cicatrices en su carne explican lo que no le está permitido a sus labios. Las estructuras represivas tienen sus propios mecanismos para expedir certificados de autenticidad.
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