Telegrama, no tuit
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Y aun así, hay un instante en que la memoria se vuelve trascendente. Ese en el que alguien va abriendo una tras otra, lentamente, las tablas en las que están inscritos las decenas de miles nombres de personas exterminadas como consecuencia de alguna gran mentira, otra de esas persecuciones fundamentadas en motivos de raza, nacionalidad o religión. Un instante en el que acto de recordar, de no olvidar, por mucho tiempo que haya transcurrido, deja de ser superfluo, se vuelve inevitable, fundamental. Sin embargo, lo habitual es, más bien al revés, que todo lo que intentamos fijar, lo que intentamos no borrar, mantener incólume, hacer monumento, volver icono, naufrague en su propia insignificancia, en nuestra hueca necesidad de dotar a la memoria de un valor que no tiene, de conferirnos un peso, a través de nuestros sentimientos, que no poseemos.