Telegrama, no tuit
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El tren se detiene unos instantes y un insecto, cansado quizás de volar, se pega al cristal de mi ventana por su cara exterior. A partir de ese momento toda mi atención se centra en él, consciente de que sé algo que desconoce, que ahora aún puede seguir su camino, pero seguramente ya no cuando la máquina arranque y vuelva a alcanzar los 200 Km/h. Entonces me planteo qué debería hacer, dejar que todo siga su curso o espantarlo y salvarle la vida quizás. Finalmente me mantengo al margen. Entre mi bonhomía y mi curiosidad se impone lo segundo: mis ansias de conocimiento. Quiero saber qué sucederá. Finalmente, el insecto no reprende el vuelo y puedo observar lo que ahora desconozco, cómo sus patas intentan agarrarse desesperadamente como ventosas a la superficie pulida, cómo conforme la aceleración aumenta su cuerpo se contorsiona y adopta formas inverosímiles luchando inútilmente contra la corriente, cómo en un último instante, tras unos segundos, es succionado y desaparece de mi vista, quién sabe si desintegrado.