Conviene a la vuelta de unas vacaciones no dejar de sospechar de los objetos. Por ejemplo, las bolsas. Es cualidad de los objetos no moverse. Pero, incluso sin moverse, pueden transformarse. No confundamos una bolsa de patatas recientes con otra que dejamos abierta olvidada antes de irnos. Pueden parecer idénticas, pero algo nos dirá que no es así. Su sabor. De su sitio no se han movido, pero ha habido una alteración. Hay que decir que este es el tipo de comportamiento incomprensible para las teorías neoliberales. Si para ellas el objeto es siempre un elemento de producción, al que hay que sacarle un partido, aquí se trata de una transformación distinta. Sin fin. Que no busca mejorar el objeto, añadirle un valor o agregarle atractivo. Se trata de una alteración inherente, sin meta.
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Hay que decir que este es el tipo de comportamiento incomprensible para las teorías neoliberales. Si para ellas el objeto es siempre un elemento de producción, al que hay que sacarle un partido, aquí se trata de una transformación distinta. Sin fin. Que no busca mejorar el objeto, añadirle un valor o agregarle atractivo. Se trata de una alteración inherente, sin meta.
Tenemos la capacidad de ver a través de las paredes. Aunque nuestros ojos no las atraviesen. Por ejemplo, si en un despacho amplio, una persona retraída, elige siempre ocupar un mismo sitio, buscar protección en la rutina, es posible que si volvemos después de un tiempo, incluso aunque hayan pasado meses, sepamos exactamente dónde está. Aun sin mirar. No nos ocurrirá lo mismo con otros empleados. Es este un comportamiento próximo al del objeto. No requiere movimiento. Parece no ser un acto de voluntad, aunque lo es por completo. Es justo esa pasividad la que nos transmite algo de quien la adopta. Se vuelve expresiva. ¿Se trata de una debilidad? ¿De una fortaleza? Habrá opiniones contrapuestas, pero de lo que no cabe duda es de que hablamos de una postura, de una suspensión, dotada de significado.
Algo de eso hay en cierto tipo de arquitecturas. Fiarlo todo al objeto. Cosas que no se mueven. Que no reaccionan. Que siempre están ahí. Nada espectaculares. Pero que pueden ser expresivas. No nos engañemos. No es una opción más virtuosa, más modesta, más generosa que otras. No hay ausencia de vanidad. Detrás del objeto hay un sujeto, nunca deja de aparecer, dotado de ego que usa todas sus cartas. Pero es, qué duda cabe, una posición.
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Algo de eso hay en cierto tipo de arquitecturas. Fiarlo todo al objeto. Cosas que no se mueven. Que no reaccionan. Que siempre están ahí. Nada espectaculares. Pero que pueden ser expresivas.
Como con las patatas, que sin moverse se pueden malograr, hay un cierto modo de hacer arquitectura que sigue esa metodología. Lo fía todo al objeto. Se basa en la observación. Cazadores en cierto modo. Esperando que se manifieste. Persiguiéndolo tal cual es. En su condición menos visible, habitualmente. Otra vez hay aquí una manera de entender toda actividad, el trabajo, opuesta a la que rige al capitalismo en su vertiente neoliberal. Que no busca su significado en el valor, en la transformación, en volver productivo el objeto sino en sus mismas propiedades, en su presencia tal cual es. Interrogándose sobre su naturaleza. Conscientes sus promotores de que con frecuencia la paciencia es suficiente para que objetos incluso inexpresivos, inmóviles, se manifiesten de algún modo, nos transmitan algo. Aunque se trate de un mal sabor. Una actuación que tampoco requiere mucha alteración, excesiva manipulación. Simplemente mostrar las pocas cosas que haya, hacerlas visibles.
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images: Tacita Dean . Palast . 2004 © Tacita Dean, courtesy Frith Street Gallery, London and Marian Goodman Gallery, New York/Paris