Telegrama, no tuit
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Hace un tiempo un conocido arquitecto censuraba la preocupación por la foto del primer día de los edificios, esa falsa imagen reluciente, que, una vez fijada, evitaba tener que inquietarse por los desperfectos que su uso provocará. Veinte años después, considerando las tendencias actuales, cuando uno visita una obra de arquitectura tiene la sensación de que la inquietud debería ser la opuesta, la provocada por esa otra primera imagen falsa, en la que, en el día de su estreno, se pretende mostrarla ajada, dotada de una pátina que aleje toda impresión de novedad, antes de que, quizás, sus usuarios la ocupen y se esfuercen por devolverle algo de brillo.
