Lagula arquitectes . photos: © Adrià Goula . + plataforma arquitectura
In the first glance, the house materializes as a remembrance of Gunnar Asplund and Sigurd Lewerentz’s Nordic classicism. A concrete portico, as-a-colonnade-in antis, is creaky opened to the sky.
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Besides a wooden fence, lateral to the main axis defined by the colonnade, the visitor crosses a first courtyard, built as a void stereotomy. There you can find a simple door.
The main axis of the house is discovered from this point. Suddenly, the sequence portico, porch, courtyard, enclosed living area, courtyard, portico, pool, lake, landscape it is settled in front of the eyes of the visitor. The house live dances around this apparently static axis.
Some windows opened in the flanking walls of this sequence reveal two lateral private courtyards. These diagonal openings in the wall extend the views through the diaphragmatic structure of the main stereotomy, connecting it with the landscape.
The richness of the space is enclosed in traditional austere materials. Walls are regularly white rendered. Snowy freckled terrazzo pavements are extended both in interior and exterior areas, embedded in the base of the walls. As it happens in modernist houses, sometimes there is minimum glazing plane in between the wall openings.
The fare face concrete roofs, framed in between walls and beams, avoid the possible spatial white solipsism. Its wood texture reveals a basic and noble construction, carefully casted.
The abstract stereotomy of the house is as adapted to place, program and time, as it aims the sense of belonging to architecture itself. And it was designed in a perpetual debt to an unexpected and distant beloved master.
Entre una serie de construcciones, blancas, deudoras de la modernidad, la casa aparece casi como un recuerdo del clasicismo nórdico. Una cierta remembranza, plausible, de Asplund o de Lewerentz. Así, un pórtico de hormigón, desnudo, legible como una columnata in antis, casi una ruina, se abre al cielo. Detrás, un enlistonado de madera. Lateral al presumible eje definido por el pórtico principal, el visitante ocasional ha de cruzar por un balcón un primer patio, construido como un vacío estereotómico. Allí se encuentra una simple puerta. Una vez abierta esta, se descubre el asunto. De repente, la secuencia pórtico, porche, patio, estar, patio, pórtico, paisaje se revela a los ojos del visitante. Sobre un eje en apariencia estático, danza la vida. Algunas aperturas en los muros laterales revelan los patios privados que flanquean el eje principal. Esas visiones diagonales extienden la apropiación del paisaje a través de las caras de la estereotomía principal. El espacio, rico, se cierra mediante materiales austeros. Simples muros revocados, techos de hormigón encofrado en tableros, y un terrazo pecoso se extienden en el interior y el exterior, incrustándose uno en otro. Como es propio de la modernidad, unos simples elementos vítreos envuelven los espacios entre planos. Y, en ocasiones, las ventanas en las paredes también se cierran. Los techos de hormigón visto, enmarcados entre diafragmas, evitan el posible solipsismo espacial de la blancura. Su textura, revela una construcción honrada, de ebanista cuidadoso, en la noble humildad de su encofrado de tablero estándar, económico. La estereotomía abstracta de la casa es adaptada al lugar, al programa y a su tiempo, aunque aspira a pertenecer a la intemporal disciplina de la arquitectura. Y fue proyectada en perpetua deuda con inesperado y apreciado maestro, aún en la distancia.