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50,000,000 Fans Can’t Be Wrong

The Paul Marshall Building

Niall McLaughlin Architects with Scott Brownrigg

+ lse

Resulta curioso contemplar el resultado de las votaciones públicas que se han compartido al tiempo que se adjudicaba a Grafton Architects la construcción del edificio The Paul Marshall Building, un concurso relevante por el nombre de sus participantes, David Chipperfield y Herzog de Meuron entre ellos.
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“50,000,000 Elvis Fans Can’t Be Wrong”
Coletilla publicitaria de una recopilación de éxitos de Elvis Presley publicada por RCA en 1959

Aun siendo las propuestas anónimas, el público supo reconocer claramente a los despachos más famosos. Si los que tenemos formación como arquitectos probablemente las habríamos destacado, los votantes las rechazaron claramente. Lo que quizás demuestra no tanto que el público tenga un gusto cuestionable como que nuestros intereses son divergentes, que lo que nosotros estamos entrenados para valorar, ellos no.

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El hecho es relevante porque si bien la elección final no parece cuestionable –tanto la propuesta vencedora como otras podían haber resultado perfectamente elegidas a la vista de lo que planteaban- y si bien un ojo entrenado podía descubrir las propuestas de DC y HdeM aunque no sin esfuerzo –observando las entregas anónimas hasta tres propuestas podían confundirse con la de Chipperfield, que sólo finalmente el grafismo permitía identificar claramente como suya y, sólo ciertos gestos contundentes dentro de un esquema contenido permitían intuir la autoría de HdeM, casi más por el procedimiento de descartar las que no debían ser suyas, quizás por su gusto para variar el enfoque en cada una de sus obras -. El público sin embargo, sin estar entrenado, ha demostrado claramente su capacidad para reconocer no a los autores relevantes sino los rasgos de su arquitectura.

De hecho si no somos capaces de advertir a simple vista el despacho de renombre oculto tras una propuesta anónima, ¿no es eso un indicativo de que la relevancia que solemos concederle no es del todo objetiva? Por mucho que alguien con talento no tiene por qué ser capaz de lograr plasmarlo en todas sus realizaciones, especialmente cuando se trata de simples esbozos, aunque no sea este el caso.

Pero me pregunto si esa elección quizás no se debe a un rasgo que suele ser habitual en los autores dotados de genio en prácticamente todas las disciplinas. Que si bien no rehúyen los gestos espectaculares, contundentes, sí esquivan los que son más evidentes, aquellos que más pueden llamar la atención, como si los considerasen pueriles, optando por un cierto envoltorio de austeridad, de contención, que a quienes nos hemos acostumbrado a contemplar sus obras puede pasar desapercibido, pero no así al público en general que puede acabar considerándolas insípidas.

Pero creo que si en algo resulta aleccionador esta votación, como otras, es a lo que puede conducir dejar en manos del amplio público las decisiones que corresponden a los arquitectos. Cierto que entregamos a las masas anónimas las votaciones más importantes, las de quienes nos gobiernan, por mucho que aunque varíen los rostros y las orientaciones políticas, las propuestas de unos y otros rara vez difieren en sus contenidos si no vienen impuestas directamente por instituciones burocráticas. Y ansiemos que esas decisiones no dejen nunca de estar en manos del público más amplio, como bien demuestra la situación actual, sojuzgados por esas instituciones –en estos casos lo importante no es que la decisión sea pública sino que el público controle a quien elige a los que toman decisiones, sean políticos o arquitectos. No es que la decisión pública vaya a ser acertada sino que es la más difícil de corromper y, que si bien, es fácilmente manipulable, puede hacer pagar sus errores a quien la engaña, destituyéndolo cuando se demuestra perverso, actuando no antes sino después; al final se trata de evitar que se tomen decisiones equivocadas, porque el público carece de inteligencia o porque a alguien le conviene una determinada y tiene el dinero o el poder suficiente para convencer a quien debe tomarla-. Y cierto es que en ningún sitio como en las salas de cine, e incluso de teatro, se ha demostrado cómo los actores sin formación pueden llegar a dar muestras de talento incluso superiores a las de los profesionales.

Pero me gustaría pensar, y esto me parece un buen ejemplo, que si consideramos que la arquitectura es de quienes la habitan, sus usuarios, y no de los arquitectos, tal como muchos abrazan cada vez con más entusiasmo, si dejamos en sus manos las decisiones que quizás no les correspondan estrictamente a los profesionales pero de las que se han apropiado, por mucho que la opinión de sus destinatarios siempre sea necesaria, que no perderlos de vista siempre sea importante, algo que de todos modos apostaría que nunca acabará sucediendo completamente, corremos un riesgo que a mí me parece muy evidente. Que las arquitecturas que finalmente construyamos sean mucho menos interesantes de lo que en realidad podrían ser. Y me temo que esta opinión dista mucho de ser gregaria.

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