“La imagen es la mejor vía para representar lo invisible”. Se lo oí decir al fotógrafo Luis González Palma y es una expresión que se adapta perfectamente a mi trabajo en general -y especialmente- a éste que ahora presento.
A diario desarrollo mi actividad profesional como fotógrafo de arquitectura, centrado sobre el aspecto más superficial de la obra: La piel. La piel exterior o interior, pero siempre la epidermis que cubre la estructura del edificio. Una piel que esconderá sus secretos pasados, presentes y futuros. Que le permitirán superar el paso del tiempo de la mejor manera posible.
Generalmente vemos las obras como espacios sucios, lugares sin interés -al menos fotográfico- y ausentes de toda poética. En este trabajo ofrezco una alternativa, otra manera de mirar, mediante el registro de ese proceso transitorio que supone la construcción del espacio arquitectónico. He querido mostrar el esqueleto que nunca más volverá a verse, que quedará relegado al recuerdo o a unos planos del proyecto y que, desde mi punto de vista, enseñan otro lado muy auténtico y atractivo de la propia arquitectura.
Pero “la poética del esqueleto” es -también- una metáfora de nuestra vida cotidiana. De esa actitud que mostramos, a menudo, los humanos para juzgar los acontecimientos o las personas de una forma precipitada o superficial, sin mirar en lo profundo de los hechos, en el interior de las cosas o de las personas. Juzgamos los edificios por su aspecto y, hasta cierto punto, es lógico; el esqueleto, lo que sustenta tantos esfuerzos y alberga tantos sueños y deseos, permanece escondido y nunca más volveremos a verlo.
Fernando Alda