Pezo von Ellrichshausen . photos: © Pezo von Ellrichshausen . + archdaily
This solitary figure functions as a signal and as a viewpoint of the landscape (both interior and exterior). With a vertical sequence of rooms, it was built to look at the Andes Mountain Range, hidden behind the native forest.
Its format is that of a slender volume, formed in turn by two towers: the lower one with an eave that duplicates its roof, the upper one with a terrace that duplicates its floor.
The floor and ceiling are a horizontal slab projected halfway up the elevation – a thin cantilevered plane that extends towards the four cardinal points – it has the difficult function of containing a shallow rainwater pond.
Thus, this slab becomes a mirror that reflects the upper section of the tower, the sky, and the surrounding trees; but it also transfigures into a fictitious glass, into a transparency, that suggests the presence of the lower tower.
And even more difficult: like a permanent cloud, the slab throws a dense and compact shadow on the lower tower, and even, on occasions, the rain falls all around the perimeter due to the overflow of the small pond.
Paradoxically, the function of the viewpoint is reversed inside the tower. Instead of framing the sublime panorama, perhaps tempering an imposing presence, access to the suspended platform occurs through a helical staircase that revolves around a continuous mural of vines, both living and painted, that describe a selection of thirty interconnected native flowers on the same tree.
After the platform, a frail wooden ladder allows one to climb to a dark room with four peepholes, a sort of intricate camera obscura, which in turn serves as a passage to an open, overexposed roof, and with a hearth that, at the appropriate distance, could turn the entire tower into an antiquated chimney.
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Esta solitaria figura funciona como señal y como mirador del paisaje (tanto interior como exterior). Con una secuencia vertical de habitaciones, fue construida para mirar la Cordillera de los Andes, escondida detrás del bosque nativo. Su formato es el de una esbelto volumen, formado a su vez por dos torres: la inferior con un alero que duplica su cubierta, la superior con una terraza que duplica su planta. Piso y techo son una losa horizontal proyectada a la mitad de la elevación -un delgado plano en voladizo que se extiende hacia los cuatro puntos cardinales- tiene la difícil función de contener un estanque poco profundo de agua de lluvia. Así, esta losa se convierte en un espejo que refleja el tramo superior de la torre, el cielo y los árboles de alrededor; pero también se transfigura en un cristal ficticio, en una transparencia, que sugiere la presencia de la torre inferior. Y aún más difícil: a modo de nube permanente, la losa arroja una sombra densa y compacta sobre la torre inferior, e incluso, en ocasiones, la lluvia cae por todo el perímetro debido al desborde del pequeño estanque. Paradójicamente, la función de mirador se revierte dentro de la torre. En vez de enmarcar el panorama sublime, acaso templando una presencia imponente, el acceso a la plataforma suspendida ocurre mediante una escalera helicoidal que gira alrededor de un mural continuo de enredaderas, tanto vivas como pintadas, que describen una selección de treinta flores nativas interconectadas en un mismo árbol. Después de la plataforma, una enclenque escala de madera deja subir a una habitación negra y con cuatro mirillas, una suerte de intrincada camera obscura, que a su vez sirve de paso a una cubierta abierta, sobreexpuesta, y con un fogón que, a la distancia adecuada, podría convertir toda la torre en una anticuada chimenea.