Tacita Dean. The Green Ray, 2001 | Instantánea de la película @ Marian Goodman Gallery, Paris/Nueva York y Frith Street Gallery, Londres
Me sorprendió que el proyector estuviese apagado y me acerqué a la taquilla a preguntar si estaba estropeado.
Creí recordar que ya había visto la filmación, breve, nada nuevo me esperaba, pero me apetecía reencontrarme con los tonos quemados de la puesta de sol, con la textura granulosa de su superficie, el lienzo fijo en el que sin embargo un círculo de luz caía de manera lenta pero inequívoca, como quien se topa, con indisimulada alegría con un viejo conocido, al que por otro lado, ese día no tiene nada especial que decirle. Me respondieron que el celuloide podía quemarse si la película se reproducía continuamente y que por ello procedían a apagarlo cuando no había visitantes. No recuerdo si la explicación me la dio el empleado de la taquilla o el vigilante que vino después. Me rogaron que esperase en la sala por él, que no tardaría en aparecer. Por fin vino, encendió el proyector y me explicó, esto sí recuerdo que salió de su voz, que en realidad la escena, sólo duraba unos pocos minutos, no tenía demasiado interés, una simple grabación de una puesta de sol, que intentaba capturar un extraño fenómeno, no recuerdo su nombre, una especie de resplandor fugaz que se producía exclusivamente durante unos breves instantes cuando caía el sol, pero que era un fracaso, que el artista en última instancia no había tenido suerte y no había sabido capturarlo. Sin embargo, por si no me había dado cuenta, me confesó, con el énfasis de quien está a punto de desvelar una primicia, había en el patio una escultura de Cristina Iglesias, que muchos se perdían por su situación, y si ese era mi caso también, ahora tenía la ocasión de corregir el error. Creo que no permanecí mucho contemplando la imagen monótona de la puesta de sol, la abandoné sin esperar a que llegase su final, seguramente porque el vigilante, una persona de aspecto convencional pero sin embargo amable, seguía dándome conversación, insistiendo probablemente en su teoría, y en última instancia seguí sus pasos hacia al mencionado patio, al encuentro con el prisma vegetal de Iglesias.
A veces me pregunto si la buena arquitectura, la que más me atrae al menos, no es como esa puesta de sol de Tacita Dean, prometiéndonos lo extraordinario, pero quedándose un paso más atrás, justo allí donde todavía no está lo que habíamos ido a buscar, donde habita lo que no sabíamos que queríamos ver, obras de grandes virtuosos, con un dominio exquisito de la técnica que emplean y de la que sin embargo no dudan en desprenderse cuando más les conviene, vigilantes, acomodadores, que guían nuestros pasos por un camino, en busca de una meta, para acabar descubriéndonos en no pocas ocasiones que la verdad no está en el destino -ni en el patio ni en el rayo verde- sino en el pasillo que recorremos, como diría el poeta.